viernes, 8 de noviembre de 2013

Anaximandro y la nueva imagen del mundo

CAPÍTULO VIII
LA NUEVA IMAGEN DEL MUNDO

Vernant, Jean-Pierre. Los orígenes del pensamiento griego. Trad. Mariana Ayerva. Barcelona, Paidós, 1992, pp. 133-145.

Si se quiere medir la amplitud de la solución intelectual realizada por los milesios, el análisis debe fundarse, esencialmente, en la obra de Anaximandro. La doxografía nos da de ella una visión más completa, o menos sumaria, que de las teorías de Tales y de Anaxímenes. Además, y sobre todo, Anaximandro no introduce en su vocabulario un término de la importancia de arkhé; al preferir la redacción en prosa, consuma la ruptura con el estilo poético de las teogonías e inaugura el nuevo género literario propio de la historía peri physeõs. Es en él, finalmente, donde se encuentra expresado con mayor rigor el nuevo esquema cosmológico que caracteriza profunda y duraderamente la concepción griega del universo.
Ese esquema continua siendo genético. Como la physis, como la génesis, la arkhé conserva su valor temporal: el origen, el cornienzo. Los físicos investigan de dónde y por qué camino ha llegado a ser el mundo. Pero esta reconstrucción genética explica la formación de un orden que se encuentra ya proyectado en un cuadro espacial. En esto es preciso poner de relieve una cuestión importante. La deuda de los milesios para con la astronomía babilónica es indiscutible: han tomado de ella las observaciones y los métodos que, según la leyenda, habrían permitido a Tales predecir un eclipse; le deben también instrumentos como el gnõmõn, que Anaximandro habría llevado a Esparta. La reanudación de los contactos con Oriente resulta también esta vez de una importancia decisiva para el nacimiento de una ciencia griega en la que las preocupaciones de orden astronómico han desempeñado al principio un papel muy importante. Y sin embargo, por su aspecto geométrico, no ya aritmético, por su carácter profano, libre de toda religión astral, la astronomía griega se sitúa desde el primer momento en otro plano que la ciencia babilónica en la cual se inspira. Los jonios ubican en el espacio el orden del cosmos; representan la organización del universo, las posiciones, las distancias, las dimensiones y los movimientos de los astros, según esquemas geométricos. Al igual que dibujan sobre una carta, sobre un pínax, el plano de la tierra entera, colocando ante los ojos de todos la figura del mundo habitado, con sus países, sus mares y sus ríos, así también construyen modelos mecánicos del universo, como aquella esfera que Anaximandro, según algunos, habría fabricado. Haciendo «ver» el cosmos de este modo, hacen de el, en el pleno sentido de la palabra, una theoría, un espectáculo.
Esta geometrización del universo físico implica un cambio total de las perspectivas cosmológicas; consagra el advenimiento de una forma de pensamiento y de un sistema de explicación que no tienen análogos en el mito. Para poner un ejemplo, Anaximandro localiza la tierra, inmóvil, en el centro del universo. Agrega que si ella está en reposo en ese lugar, sin necesidad de soporte alguno, es porque está a igual distancia de todos los puntos de la circunferencia celeste y no tiene razón para ir hacia arriba más bien que hacia abajo, ni a un lado más que al otro. Anaximandro situa, pues, el cosmos en un espacio matematizado constituido por relaciones puramente geometricas. Así queda obliterada la imagen mitica de un mundo en planos, en que lo alto y lo bajo, en su oposición abs0luta, marcan niveles cósmicos que diferencian las potencias divinas y en que las direcciones del espacio tienen significaciones religiosas opuestas. Además, todas las explicaciones por las cuales el mito pretendía justificar la estabilidad de la tierra, «asiento seguro para todos los vivientes» (Hesiodo), se revelan inútiles e irrisorias: la tierra no tiene ya necesidad de «soporte», de «raíces», no tiene tampoco por que flotar, como en Tales, sobre un elemento líquido del que habría surgido, ni por que repoSar sobre un torbellino 0, como en Anaxímenes, sobre un almohadón aéreo. Todo está dicho, todo está claro, tan pronto se expone el esquema espacial. Para comprender por qué los hombres pueden andar con toda seguridad sobre el suelo, por qué no cae la tierra como lo hacen los objetos en la superficie, basta saber que todos los radios de un círculo son iguales.
Su estructura geométrica confiere al cosmos una organizacion de tipo contrario a aquel que el mito le atribuía. Ningún elemento o porción del mundo es ya privilegiado a expensas de los demás, ningún poder físico está situado en la posición predominante de un basileus que ejerza su dynasteia sobre todas las cosas. Si la tierra está situada en el centro de un universo, perfectamente circular, puede permanecer inmovil en razón de su igualdad de distancia sin estar sometida a ninguna dominación: upo mhdenV cpatoumeuh. Esta fórmula de Anaximandro, que hace invertir la noción del Kratos, del poder de dominacion sobre otros, muestra la persistencia de un vocabulario y de conceptos políticos en el pensamiento cosmológico de los jonios. Pero como lo destaca muy justamente Charles H. Kahn en un estudio reciente, Anaximandro sostiene en este terreno una tesis que va mucho más lejos de la que expone después de el su discípulo Anaxímenes. Para este último, la tierra necesita descansar en el aire que la domina (synkratéi) como el alma domina al cuerpo. Para Anaximandro, por el contrario, ningún elemento singular, ninguna porción del mundo, podría dominar a las demás. Es la igualdad y la simetría de los distintos poderes que constituyen el kosmos lo que caracteriza el nuevo orden de la naturaleza. La supremacía pertenece exclusivamente a una ley de equilibrio y de reciprocidad constante. Ala monarkhía la ha sustituido, en la naturaleza lo mismo que en la ciudad, un régimen de isonomía.
De ahí la negativa a atribuir al agua, como Tales, al aire, como Anaxímenes, o a cualquier otro elemento particular, la dignidad de arkhé. La sustancia primera, «infinita, inmortal y divina, que envuelve y gobierna» todas las cosas, la concibe Anaximandro como una realidad aparte, distinta de todos los elementos, que forma el origen común de todos ellos, la fuente inagotable en que todos se alimentan por igual. Aristóteles nos da la razón de esto: si uno de los elementos poseyese la infinitud que pertenece al áperion, los demás serían destruidos por él; en efecto, los elementos se defieren por su oposición reciproca; es necesario que se encuentren siempre los unos con los otros en una relación de igualdad (isázei aeí tanantía) 0, como lo dirá Aristóteles en otra parte, en igualdad de poder (isotés tes dynámeos). No hay razón para poner en duda la pertinencia del razonamiento de Aristóteles y rechazar la interpretación que propone del pensamiento de Anaximandro. Nótese que la argumentación aristotélica implica un cambio radical en las relaciones del poder y del orden. La basíleia, la monarkhía, que en el mito fundaban el orden y lo sostenían, aparecen en la perspectiva nueva de Anaximandro como destructoras del orden. El orden no es ya jerárquico; consiste en la conservación de un equilibrio entre potencias iguales, sin que ninguna de ellas deba obtener sobre las demás una dominación definitiva que acarrearía la ruina del cosmos. Si el ápeiron posee la arkhé y gobierna todo lo demás, es precisamente porque su reinado excluye la posibilidad, para un elemento cualquiera, de apoderarse de la dynasteia. El primado del ápeiron garantiza la persistencia de un orden igualitario fundado en la reciprocidad de las relaciones y que, superior a todos los elementos, les impone una ley común.
Por lo demás, este equilibrio de poderes dista mucho de ser estático; oculta oposiciones, es el resultado de conflictos. Por riguroso turno, cada potencia, sucesivamente, domina, adueñándose del poder y luego retrocede, para cederlo en la proporción en que antes había avanzado. En el universo, en la sucesión de las estaciones, en el cuerpo del hombre, un ciclo regular hace pasar así la supremacía de uno en otro, ligando, como dos términos simétricos y reversibles, la dominación y la sumisión, la extensión y la retracción, la fuerza y la debilidad, el nacimiento y la muerte de todos los elementos: esos elementos que, para Anaximandro «según el orden del tiempo, se dan mutuamente reparación (tisis) y justicia (diké) por la adikía que han cometido».
Constituido por dynameis opuestas e incesantemente en conflicto, el mundo las somete a una regla de justicia compensatoria, a un orden que mantiene en ellas una exacta isotés. Bajo el yugo de esta diké igual para todos, las potencias elementales se asocian, se coordinan, en una fluctuación regular, a fin de componer, a pesar de su multiplicidad y su diversidad, un cosmos único.
Esta nueva imagen del mundo la ha expuesto Anaximandro con suficiente rigor para que se imponga como una especie de lugar común al conjunto de los filósofos presocráticos así como al pensamiento médico. A comienzos del siglo v, Alcmeón la formulará en términos que acusan tan clara- mente su origen político, que no parece necesario insistir más en ello, sobre todo después de los artículos que ha consagrado A. G. Vlastos a este problema. En efecto, Alcmeón define la salud como la isonomía ton dynámeon, como el equilibrio de los poderes, lo húmedo y lo seco, lo frío y lo caliente, lo amargo y lo dulce, etc.; la enfermedad resulta, por el contrario, de la monarkhía de un elemento sobre los otros, pues la dominación exclusiva de un elemento particular es destructiva.
Pero la experiencia social no ha suministrado solamente al pensamiento cosmológico el modelo de una ley y de un orden igualitarios en lugar de la dominación omnipotente del monarca. El régimen de la ciudad nos ha parecido solidario de una concepción nueva del espacio, al proyectarse y encarnarse las instituciones de la polis en lo que podríamos denominar un espacio político. Nótese a este respecto que los primeros urbanistas, como Hippodamos de Mileto, fueron en realidad teóricos políticos: la organización del espacio urbano no fue más que un aspecto del esfuerzo más general para ordenar y racionalizar el mundo humano. El nexo entre el espacio de la ciudad y sus instituciones aparece todavía muy claramente en Platón yen Aristóteles.
El nuevo espacio social está centrado. El kratos, la arkhé, la dynasteia, ya no están situados en la cúspide de la escala social, sino que están depositados es meson, en el centro, en medio del grupo humano. Es ese centro lo que ahora se valoriza; la salvación de la polis reposa sobre aquellos a quienes se denomina oi mesoi, porque, hallándose a igual distancia de los extremos, constituyen un punto fijo para equilibrar la ciudad. En relación con ese centro, los individuos y los grupos ocupan todos posiciones simétricas. El ágora, que realiza sobre el terreno ese ordenamiento espacial, constituye el centro de un espacio público y común. Todos cuantos penetran en el se definen, por ello mismo, como iguales, como isoi. En virtud de su presencia en ese espacio político, entran los unos con los otros en relaciones de reciprocidad perfecta. La institución de la Hestía koiné, de la mesa pública, es símbolo de esa comunidad política: instalada en el Pritaneo, en general en el ágora, la mesa pública, es símbolo de esas relaciones con las múltiples mesas domesticas, a igual distancia de las distintas familias que constituyen la ciudad; tiene que representarlas a todas, sin identificarse con una de ellas más que con otras. Espacio centrado, espacio común y público, igualitario y simétrico, pero también espacio laicizado, constituido para la oposición, el debate, la argumentación, y que se opone al espacio religiosamente calificado de la Acrópolis así como al dominio de los hosia, de los asuntos profanos de la ciudad humana se opone el de los hiera, el de los intereses sagrados que conciernen a los dioses.
Que este nuevo cuadro espacial haya favorecido la orientación geométrica que caracteriza la astronomía griega; que haya una profunda analogía de estructura entre el espacio institucional en el cual se expresa el kosmos humano y el espacio físico en el cual los milesios proyectan el kosmos natural, es lo que sugiere el cotejo de algunos textos.
Según la doxografía, si para Anaximandro la Tierra puede permanecer inmóvil y fija, es en razón de su situación central (perí meson, mese), de la homoiotes, la similitud, y del equilibrio, la isorropía. Encontrándose de este modo en el centro, no está, agrega Anaximandro, dominada (kratoumene) por nada. El nexo, tan paradójico para nosotros, que establece Anaximandro entre la falta de «dominación», la centralidad, la similitud, autoriza la comparación con un texto político de Herodoto en el que volvemos a encontrar el mismo vocabulario y la misma solidaridad conceptual. Herodoto refiere que a la muerte del tirano Policrates, Meandro, designado por el difunto para tomar después de él el skeptron, convoca a asamblea a todos los ciudadanos y les comunica su decisión de abolir la tiranía, y les dice, en síntesis, lo siguiente: «Policrates no tenía mi aprobación cuando reinaba como déspota sobre hombres que eran semejantes a el (despozon andron homoion eauto)... Por mi parte, depongo la arcké es meson, en el centro, y proclamo para vosotros la isonomía».
El cotejo parecerá tanto más significativo cuanto que, entre los milesios mismos, la concepción de un espacio físico simétricamente organizado alrededor de un centro reproduce ciertas representaciones de orden social. Según Agatémeros, Anaximando de Mileto, discípulo de Tales, fue el primero que dibujo la Tierra habitada sobre un pínax, como había de hacerlo después de el, en forma más precisa, Hecateo de Mileto. El autor agrega: Los antiguos imaginaban redonda la Tierra habitada, con Grecia en el centro y Delfos en el centro de Grecia. Sabido es que esta concepción había de provocar la ironía de Heródoto: «Me sonrío -escribe- cuando veo los mapas de la Tierra que muchos dibujaron en el pasa- do y que nadie ha explicado sensatamente. Dibujan el océano fluyendo en derredor de la Tierra y a esta redonda, como trazada a compás, y hacen a Asia igual a Europa». En otro pasaje, Heródoto nos revela el trasfondo institucional y poli- tico de esta geometrización, a sus ojos demasiado forzada, del espacio físico: después del desastre que han sufrido, todos los jonios se hallan reunidos en asamblea en el Panjonio. Bías de Priene, uno de los Sabios, aconseja construir ante todo una flota común para llegar a Cerdeña, y fundar allí una ciudad única panjónica. Tales de Mileto habla a continuación. Propone que se tenga una asamblea única (en Bouleutherion) y se fije su sede en Teos, porque esta isla está en el centro de la Jonia (meson Ioníes); las otras ciudades seguirán siendo habitadas, pero se encontrarán en adelante en la situación de demos periféricos integrados en una única polis.
Por lo demás, tenemos una prueba de las interferencias que pudieron producirse entre los valores políticos, geométricos y físicos del centro concebido como el punto fijo alrededor del cual se ordena, en la sociedad yen la naturaleza, un espacio igualitario constituido por relaciones simétricas y reversibles. Hestía, símbolo en el ágora del nuevo orden humano, podrá representar en Filolao el fuego cósmico central y, en otros filósofos, la Tierra que está inmóvil en medio del universo físico.
Platón se muestra plenamente consciente, todavía en el siglo IV, de estas correspondencias entre la estructura del cosmos natural y la organización del cosmos social. El filósofo, que hizo inscribir en el umbral de la Academia: «nadie entre aquí si no sabe geometría», da testimonio de los vínculos que un mismo origen y una orientación común han establecido y conservado durante mucho tiempo, entre los griegos, entre pensamiento geométrico y pensamiento político. Fustigando, en el Gorgias, en la persona de Calicles y por boca de Sócrates, a todos aquellos que rehúsan estudiar la geometría, Platón asocia estrechamente el conocimiento de la isotes, de la igualdad geométrica, fundamento del cosmos físico, a las virtudes políticas sobre las cuales reposa el nuevo orden de la ciudad: la dikaiosyne y la sophrosyne. «Según aseguran los doctos, Calicles, el cielo y la tierra, los dioses y los hombres están vinculados entre si en una comunidad (koinonía) hecha de amistad (philía), de ordenamiento (kosmiotes), de moderación (sophrosyne), de justicia (dikaiotes)... pero tu no haces caso de ello y, aunque lo sabes todo, olvidas que la igualdad geométrica (geometrike isotes) es omnipotente entre los dioses y entre los hombres. Por eso desdeñas la geometría.»


CONCLUSIÓN

Advenimiento de la polis, nacimiento de la filosofía: entre ambos órdenes de fenómenos los vínculos son demasiado estrechos como para que el pensamiento racional no aparezca, en sus orígenes, solidario con las estructuras sociales y mentales propias de la ciudad griega. Así localizada de nuevo en la historia, la filosofía se despoja del carácter de revelación absoluta que a veces se le ha prestado, saludando en la joven ciencia de los jonios a la razón intemporal que vino a encarnarse en el tiempo. La escuela de Mileto no vio nacer la razón; ella construyo una razón, una primera forma de racionalidad. Aquella razón griega no fue la razón experimental de la ciencia de nuestros días, orientada hacia la explotación del medio físico y cuyos métodos, cuyas herramientas intelectuales y cuyos cuadros mentales han sido elaborados en el curso de los últimos siglos, en el esfuerzo laboriosamente proseguido a fin de conocer y dominar la naturaleza. Cuando Aristóteles define al hombre como un «animal político», subraya lo que separa la razón griega de la razón de nuestros días. Si el homo sapiens es a sus ojos un homo politicus, es porque la razón misma, en su esencia, es política. De hecho, es en el plano político donde la razón, en Grecia, se ha expresado, constituido y formado primeramente. La experiencia social ha podido llegar a ser entre los griegos el objeto de una reflexión positiva porque se prestaba en la ciudad a un debate público de argumentos. La declinación del mito data del día en que los primeros Sabios pusieron en discusión el orden humano, trataron de definirlo en si mismo, de traducirlo a fórmulas accesible a la inteligencia y de aplicarle la norma del numero y de la medida. Así nació y se definió un pensamiento propiamente político, exterior a la religión, con su vocabulario, sus conceptos, sus principios y sus visiones teóricas. Este pensamiento marcó profundamente la mentalidad del hombre antiguo; caracteriza una civilización que no ha dejado, mientras vivió, de considerar la vida pública como el coronamiento de la actividad humana. Para el griego, el hombre no se separa del ciudadano; la phronesis, la reflexión, es el privilegio de los hombres libres, que ejercen correlativamente su razón y sus derechos cívicos. De este modo, al suministrar a los ciudadanos el cuadro dentro del cual concebían sus relaciones reciprocas, el pensamiento político orientó y determinó simultáneamente los progresos de su espíritu en otros dominios.

Cuando nace en Mileto, la filosofía está enraizada en aquel pensamiento político cuyas preocupaciones fundamentales traduce y del cual adopta todavía una parte del vocabulario. Es verdad que relativamente pronto se afirma con mayor independencia. Desde Parménides ha encontrado su camino propio; explora un nuevo dominio, plantea problemas que sólo a ella pertenecen. Los filósofos no se preguntan ya, como lo hacían los milesios, que es el orden, cómo se ha formado, cómo se mantiene, sino cuál es la naturaleza del Ser y la del Saber y cuáles son sus relaciones. Los griegos agregan así una nueva dimensión a la historia del pensamiento humano. Para resolver las dificultades teóricas, las «aporías», que el progreso mismo de sus avances iba suscitando, la filosofía tuvo que formarse poco a poco un lenguaje, elaborar sus conceptos, edificar una lógica y construir su propia racionalidad. Pero en esta tarea no fue mucho lo que se aproximo a la realidad física; fue poco lo que tomo de la observación de los fenómenos naturales; no hizo experiencia. La noción misma de experimentación le fue siempre extraña. Edifico una matemática sin tratar de utilizarla en la exploración de la naturaleza. Entre la matemática y la física, entre el cálculo y la experiencia, falto aquella conexión que nos pareció unir en los comienzos la geometría y la política. Para el pensamiento griego, si el mundo social debe estar sometido a número y medida, la naturaleza representa más bien el dominio del «aproximadamente», al cual no se aplican el cálculo exacto ni el razonamiento riguroso. La razón griega no se ha formado tanto en el comercio humano con las cosas, cuanto en las relaciones de los hombres entre si. Se ha desarrollado menos a través de las técnicas que operan sobre el mundo, que por aquellas que actúan sobre los demás y cuyo argumento común es el lenguaje: el arte del político, del orador, del profesor. La razón griega es la que en forma positiva, reflexiva y metódica, permite actuar sobre los hombres, no transformar la naturaleza. Dentro de sus límites, como en sus innovaciones, es hija de la ciudad. 

miércoles, 26 de junio de 2013

MITO Y FILOSOFÍA

David Cifuentes


Mucho se ha hablado -y se hablará- de la tragedia griega clásica; seguramente una de las obras de creación artística que más literatura secundaria ha provocado a lo largo de los siglos. Aunque, a primera vista, pudiera sorprender que -tratándose de un género con apenas cincuenta años de esplendor, tan sólo tres autores de reconocida importancia y poco más de treinta obras conservadas- haya ocupado un lugar tan preeminente en la historia del pensamiento occidental.

            Por supuesto, la tragedia griega cuenta con numerosos argumentos a su favor para ocupar ese lugar de excepción en nuestra historia cultural. Su lugar y su fecha de nacimiento son dos de ellos: la Grecia clásica -cuna de nuestra civilización; fuente de nuestro contemporáneo modelo de pensamiento- y el siglo de máximo apogeo de una cultura artística que dejaría resonar sus ecos hasta nuestros días, y, traspasando sus fronteras -aun mucho después de desaparecidos sus artífices-, daría origen a la cultura dominante en nuestras sociedades actuales.

            Si bien estos dos datos pueden parecer suficientes para otorgar a la tragedia el merecido lugar que ocupa en nuestra cultura occidental, existe un tercer dato que me parece aún más significativo.

            Opino que la tragedia apareció en un momento histórico de paso entre dos modelos de pensamiento. La Grecia de antes de la tragedia es una sociedad agraria, cuyo modelo de pensamiento hunde sus raíces en lo mítico. La de después de la tragedia será la Grecia de la polis y el pensamiento filosófico. Pero sobre todo, y de manera mucho más significativa, la tragedia fue testigo de excepción del momento en que un modelo de pensamiento “racional” usurpaba el lugar que, hasta entonces, había ocupado otro modelo de pensamiento -llamémosle “irracional”, si se quiere- en el inconsciente colectivo de una sociedad.

            Desde esta perspectiva, trataré de plantear aquí un acercamiento a la tragedia griega como lugar desde el que intentar entender -a otra luz, espero- lo que escolarmente conocemos como “paso del mythos allogos”. En este sentido, la tragedia podría servirnos como paradigma de un momento en la historia que es a la vez eslabón y lugar de cisura entre dos modelos de pensamiento, entre dos formas de vida que hoy entendemos como antagónicas.

            Pero antes quisiera advertir que, en mi opinión, la Grecia de la racionalidad y el pensamiento científico y filosófico -de la cual somos herederos culturales- bebió en las fuentes de una civilización y un modelo de pensamiento del cual hoy -huelga decirlo- ya no podemos sentirnos herederos: me refiero a esa irracionalidad que todavía demasiados pensadores le suponen a la civilización y al pensamiento míticos.

            Utilizaré como herramienta de referencia para esta reinterpretación uno de los textos clásicos en los que la filosofía reflexiona acerca de la tragedia: la Poética de Aristóteles. Sin detenerme en la más famosa definición de “tragedia” propuesta por Aristóteles [1] -que, por otra parte, ya ha hecho correr suficientes ríos de tinta-, me interesa tratar aquí la manera como divide los elementos que componen la tragedia, la definición que da de cada uno de ellos y el lugar -en orden de importancia- en que los coloca, en este tipo de arte poética.


Los elementos de la tragedia según Aristóteles

En el mencionado texto, y tras definir qué es la tragedia, Aristóteles pasa a examinar cada uno de los elementos que la componen [2]. Estos elementos son seis: el espectáculo (ópsis), la música (melopiía), la palabra(léxis) el carácter (éthos), el pensamiento (diánia) y el relato (mythos).

            De estos seis elementos sólo trataré aquí los cuatro últimos, puesto que el propio Aristóteles, cuando valora la importancia de cada uno de ellos en la representación trágica, coloca a los dos primeros en último lugar: de la melodía dice que no es más que un adorno [3] y del espectáculo llega a afirmar que es completamente ajeno al arte poética [4]. Quedan así cuatro elementos, todos ellos imprescindibles para la composición de la tragedia. Veamos ahora cómo define cada uno de ellos.

            En primer lugar separa los elementos en dos categorías:

· acciones; entre las que están el mythos (relato) el éthos (carácter) y la diánia (pensamiento), y
· medios; en este caso la léxis (palabra).

            A continuación define cada uno de los elementos de la siguiente manera:
· relato: de él dice que constituye por sí mismo la imitación y que es el alma de la tragedia [5] (ya  que según su propia definición la tragedia es “imitación de acciones” [6] y, precisamente por eso, a la composición de acontecimientos se la llama mythos) [7].

· carácter: lo define como la cualidad que determina la manera de actuar de los personajes [8].

· pensamiento: es la acción que consiste en “saber expresar los argumentos pertinentes, las causas que mueven las acciones” y, también, “lo que es o no es una cosa” [9].

· palabra (o, si se prefiere, lenguaje): de ella afirma Aristóteles que se trata de una forma de comunicar por medio   de vocablos; éste es el medio en que se expresa la tragedia [10] -y en seguida nos advertirá que este medio está supeditado a la acción del pensamiento.

            Propone luego la siguiente gradación en cuanto a la importancia de estos elementos en la representación trágica:

· primero, el  relato: “el alma de la tragedia”.
· segundo, el carácter: matizando que, junto al relato, ambos conforman la imagen de la imitación de acciones que es la tragedia; pues  es  a  través  de  las  acciones de unos personajes -que obran movidos por su éthos- como se produce la composición de acontecimientos que es el mythos.
· tercero, el pensamiento: que es a la vez causa y explicación de las accionesy que podría definirse también como la “potencia” (dínami) del “intelecto” (nus).
· cuarto, la palabra: el medio de expresión del pensamiento.

            Podríamos ordenar ahora estos cuatro elementos que componen la tragedia en dos binomios:
· relato y carácter -las acciones de personajes y acontecimientos- y
· pensamiento y palabra -la acción y el medio de expresión del intelecto.

            O, visto de otra manera:
· mythos y éthos: dos elementos que apuntan a lo que sucede -al acontecer y a la praxis de lo “real”- y
· diánia y léxis: dos elementos que apuntan a la explicación -a la “inactividad” teórica.


Dinámica de los elementos en la composición trágica

Observemos cómo pudieron conjugarse estos cuatro elementos en la composición trágica. En principio, se debe denotar que en tanto “imitación de acciones” la representación trágica haría suponer un acontecer anterior -un “lo que hay”- al que ésta se remitiría escenificándolo. Se trata en este caso del mismo “acontecer” que ya había relatado el pensamiento mítico con su peculiar género narrativo, pues no es un secreto para nadie que la tragedia griega encuentra sus materiales en los mitos.

            Este acontecer se imitará mediante el relato de las acciones de unos personajes a los que mueve, y define, su carácter. A continuación, la acción del intelecto (dínami tu nu) tratará de explicar las razones de aquello que mueve el acontecer del relato: es decir, del carácter de los personajes. El medio para conseguirlo será el lenguaje, a través de la palabra que deberá dilucidar “qué es y no es cada cosa”. Es decir, la teoría tratará de dar cuenta de la praxis, pero quedará subyugada a ésta por una relación temporal de anterioridad-posterioridad que se diría ineludible.

            Veamos un caso práctico, ejemplo de este mecanismo de combinación de acciones práctico-teóricas y medios. Para lo que aquí pretendo mostrar serán suficientes los pocos fragmentos que conservamos de la tragedia Los cretenses, de Eurípides [11].

            Esta tragedia es una “recreación” del mito del Minotauro [12]. Cuenta el mito que Minos ofendió a Poseidón al no sacrificar un toro que el dios había enviado a Creta -a petición de Minos- para demostrar que aquél era el elegido por el dios para reinar en la isla. A causa de esta ofensa, Poseidón se vengó de Minos en la persona de su mujer, Pasifae. Provocó en ella un tipo de enajenación (hybris venérea) que la llevaría a yacer con aquel animal, engendrando de él un hijo. De esta relación carnal nacería el Minotauro, mitad hombre, mitad toro, que sería encerrado en el Laberinto construido en Creta por Dédalo. Creo que el mito es sobradamente conocido como para no tener que extenderse aquí más en su relato y posible exégesis.

            Me interesa de esta tragedia un fragmento en el que Pasifae se presenta ante Minos, para explicar los motivos que la llevaron a actuar de aquel modo. En ese momento podemos decir que la tragedia, tras habernos relatado los acontecimientos y mostrado la actuación de los personajes, trata de reflexionar acerca de las causas que han provocado dichas acciones. Es decir, tras poner en juego los elementos relato y carácter, ahora les toca el turno a los otros dos elementos: pensamiento y palabra.

            Cuando Minos exige a Pasifae que explique qué la llevó a actuar de aquel modo, a cometer una acción que iba a acarrear fatales consecuencias [13], ésta responde que la movió a ello “una locura inducida por Poseidón” [14]. Acto seguido, Pasifae se declarará inocente, ya que no había actuado movida por su propia voluntad. O, dicho de otra forma, su carácter no había actuado inducido por la acción de su intelecto, sino movido por una fuerza externa mucho más poderosa que ella -un dios, en este caso-, a la que no podía sustraerse. Además, acusa a Minos de ser el culpable de aquella desgracia, afirmando que “el daimon de este hombre (Minos)” [15] fue el que la colmó de desgracias, al ofender al dios no sacrificando el toro como había prometido.

            Parece que aquí la acción del intelecto ha encontrado una palabra para explicar la acción del personaje (la fuerza que mueve su carácter). Pero ¿hacia dónde podría apuntar esta explicación de que es el daimonlo que mueve el ethos? Lo primero que resuena aquí es la máxima heraclítea según la cual “el carácter del hombre es su daimon [16]. Tratemos de definir un poco más este daimon, causa de la acción de Minos.


Hacia una deficición del éthos trágico

Me parece significativo que el término daimon aparezca también en Platón, cuando éste trata de explicar de dónde procede la “sabiduría” de su maestro Sócrates. La “sabiduría” de Sócrates parecía ser algo inducido por su daimon [17], una fuerza que se le imponía, sin que su intelecto o su voluntad pudieran hacer nada por provocarlo o evitarlo; tan sólo podía aceptarlo y dejarse guiar por él. Se trataba, en este caso, de un daimon que inducía a realizar “acciones elevadas” -parafraseando la definición aristotélica de tragedia. Pero ¿qué decir del daimon que induce a actuar contraviniendo el orden establecido -como en el caso de Minos-, ofendiendo a los dioses?

            En otros textos Platón habla del “carácter humano” y de cómo empezó a dominar entre los habitantes de la mítica Atlántida [18], quienes hasta entonces habían vivido según los designios divinos en una especie de edad áurea. Cuando trata de explicar las causas que llevaron a los dioses a destruir la Atlántida, como castigo a las ofensas de los atlantes -quienes habían actuado dejándose llevar por su carácter humano [19]-, apunta a uno de los conceptos clave de la tragedia: la hybris. Afirma que, cuando el principio divino que regía en los atlantes empezó a disminuir, y dominó en ellos el carácter humano, éstos cayeron en la hybris -ese “primer mal que la divinidad envía a los hombres, cuando quiere destruirlos” [20]-. Esta hybris les hizo tratar de acometer una acción del todo injusta y desmedida: destruir en un único ataque Grecia y Egipto. Este acto atrajo sobre ellos el castigo divino y su consiguiente destrucción.

            Sin detenerme a ofrecer un desarrollo argumental que ya he planteado en otro lugar -donde investigué la evolución del concepto hybris y sus posibles orígenes míticos [21]-, y habida cuenta que el término hybrisestá casi siempre presente al definir las acciones de los héroes trágicos, ¿podría concluirse que fue precisamente la hybris la causa de la acción de Minos?

            De hybris califica la tragedia la acción desmedida de casi todos sus héroes. Ese actuar movido por un impulso irrefrenable que no pueden controlar, ese querer ir más allá de sus límites, esa forma de acometer hazañas que el común de los mortales ni siquiera podría imaginar, es un acto de hybris. La hybris parece ser el motor de la acción trágica, y en ello parece consistir, precisamente, el éthos heroico.

            Si cerramos aquí el círculo de este engranaje, en el que se combinan los cuatro elementos que componen la tragedia, observaremos cómo el pensamiento se ha puesto en acción acuñando un concepto (unapalabra) -por medio del lenguaje-, tratando de dar explicación a la acción de los personajes (es decir, definiendo aquello que mueve su carácter) para sacar a la luz las causas del acontecer del relato.

            En este caso se acuña el término hybris. Un concepto que definiría también el carácter de Prometeo, de Jerjes, de los pretendientes de Penélope, y de casi todos los héroes trágicos, así como de buena parte de los personajes de la mitología griega. Una palabra con la que definir las causas de esas acciones desmesuradas que jalonan la mayoría de los relatos míticos. Un concepto que -si bien se podría afirmar fue acuñado por la tragedia o por el modelo de pensamiento que en aquel momento empezaba a nacer- podía estar presente ya, como idea, en los relatos míticos.

            No parece que se haya llegado mucho más lejos -en la “explicación” que la tragedia podía ofrecer de los mitos- de donde se estaba ya en el propio mito. También en el relato mítico se podría afirmar que es lahybris lo que lleva a actuar a Minos como lo hace, que la hybris es la “esencia” de su carácter. La diferencia entre el mito y la tragedia reside en que, en el primero, esa hybris no necesita siquiera ser nombrada para estar presente.

            La tragedia, poniendo en marcha la acción del intelecto -o, más concretamente, “una manera de pensar”-, define este impulso mediante una palabra. La tragedia nombra aquello que el mito mostraba. Pero, con sólo nombrarlo, no está ofreciendo ninguna “nueva” explicación; no nos dice “qué es y qué no es” esa cosa llamada hybris. Nombrar con un término un impulso que mueve las acciones no parece que sea dar razón de sus causas. Es más, decir que el carácter actúa del modo que lo hace porque se deja llevar por la hybris, es tanto como afirmar que sus acciones están provocadas por fuerzas ocultas e inexplicables, de las que nada podemos comprender. Es señalar, de otra manera, lo que ya había mostrado el mito: que el acontecer de lo que hay -y los impulsos que mueven las acciones que conforman todo acontecimiento- está movido por “leyes” que a nosotros se nos escapan, que no podemos explicar ni entender. Es confirmar que en el fondo oculto de la vida anida lo impensable, lo imprevisible, lo que escapa a la voluntad humana. Para ir “más allá” en las explicaciones de lo que hay, la filosofía aprendería en seguida que lo primero que debía hacer era no cuestionarse las “razones del mito”; ignorar la “explicación” mítica.


De la tan añorada “sabiduría mítica”

Afirma J.-P. Vernant [22] que lo que dice el mito no puede decirse de otro modo. Acaso por eso la tragedia no podía decir nada más de lo que ya había dicho el mito. Cuando la filosofía trate de “decir algo más” comenzará cambiando de tema. Dejará fuera de su ámbito los relatos míticos, esa “sabiduría” arcaica que a los primeros filósofos les sonaba a “cuentos de vieja”. El propio Platón, quien iba a acuñar el término que definiría el nuevo modelo de pensamiento, sería un buen ejemplo de ese “olvido del mito” que impregnará toda la historia del pensamiento occidental.

            Pero, aunque la tragedia no llegase a añadir nada nuevo, marcó un momento de paso decisivo en la historia de nuestra civilización al colocar, uno junto a otro, dos modelos de pensamientos que a partir de entonces se verían como antagónicos.

            Por supuesto, no pretendo afirmar aquí que la tragedia fuese realmente el puente por el que pasamos del pensamiento mítico al pensamiento filosófico. Acaso la tragedia no fue más que una obra de creación artística que tuvo el privilegio de aparecer en ese momento decisivo: nació con la muerte del mito y murió con el nacimiento de la filosofía. Es en ese contexto, y por lo que encierra en sí de ambos modelos de pensamiento, donde la tragedia puede ser entendida como paradigma del “paso del mythos al logos”. Como metáfora para entender de qué manera -a partir de cierta “revisión racionalizadora” del pensamiento mítico- se pudo tender un puente que nos trajese hasta donde hoy nos encontramos [23].

            Pero una vez hubimos cruzado ese abismo de lo “innombrable” que se abría más allá del relato mítico -en lo que éste no podía “explicar”- el puente se hundió. Acaso por la imposibilidad de pensar lo impensable, de enfrentarse cara a cara con el enigma sin perder la vida. Y al hundirse también mostró que la grieta entre pensamiento y vida -desde que pusimos el acento en el primer término- era ya una sima insondable, como la distancia que a partir de entonces se iba a abrir para la filosofía entre la pregunta y la respuesta.

            La tragedia parece poner en pie de igualdad esos cuatro elementos que componen no sólo el relato mítico o el filosófico, sino cualquier tipo de relato. Cuatro elementos que cada uno de los dos modelos de pensamiento colocó en un orden de prioridades, a la hora de combinarlos en sus respectivos relatos.


Mito y filosofía: el saber de los relatos

Mythos y éthos pueden verse como los dos elementos principales del relato mítico. El mito nos cuenta lo que sucede, narra las acciones que los personajes llevan a cabo para mover el orden de los acontecimientos. El mito habla de lo real y lo posible. Pero lo posible no es sólo lo  pensable, sino tanto imaginable como lo inimaginable. Para el pensamiento mítico son posibles lo uno y su contrario. La contradicción está perfectamente asumida en el pensamiento mítico; hasta el punto que, a veces, se diría incluso que es el  motor  de  los  acontecimientos.  En el  relato mítico -como en la vida- lo imprevisible, lo impensable, lo inesperado, está siempre dispuesto a asaltarnos.

            También utiliza el mito los otros dos elementos: diánia y léxis. En tanto que relato, su medio de expresión es la palabra; y, por supuesto, es la acción del pensamiento la que crea y recrea dichos relatos. Sin embargo, no pone el acento en estos dos últimos elementos, sino que los utiliza sólo como una forma de expresar lo que acontece. Tomando una metáfora pictórica usada por Aristóteles[24], palabras y pensamiento son -en el relato mítico- los colores y los pinceles con los que crear la imagen de lo que se representa.

            La filosofía, por su parte, pondrá el acento en estos dos últimos elementos. Diánia y léxis serán los dos pilares sobre los que se construya el modelo de pensamiento filosófico. La acción del pensamiento -la pura reflexión- y el medio en el que ésta se expresa -la palabra- van a construir todo el entramado de esta nueva forma de ver y explicar el mundo. La reflexión filosófica parte de las palabras -los conceptos, las proposiciones del lenguaje-, y a partir de ellas trata de explicar las razones y las causas de lo que acontece, y de las acciones que mueven el acontecer -aunque con ello no haga más que crear un nuevo tipo de relato.

            La tragedia, en tanto que paradigma del paso de un modelo de pensamiento a otro -como un gozne que une y separa a la vez-, conjuga en un efímero e insostenible instante esos dos pares de elementos, como si tratase de armonizar esos dos modelos de pensamiento. Por una parte, da cuenta de que algo pasa, relata las acciones que son la urdimbre de los acontecimientos, narra el devenir con argumentos míticos; por otra, intenta hallar alguna explicación a lo que pasa, mediante el lenguaje y la acción del pensamiento, trata de comprender qué mueve el acontecer y los destinos humanos. En mi opinión, el momento en el que apareció la tragedia griega, fue como ese instante en que el péndulo parece inmóvil -cuando se halla justo en el centro- antes de seguir desplazándose hacia el extremo opuesto. Ese momento que da cuenta tanto del camino recorrido hasta entonces como de la dirección del camino a seguir.

            En los escasos cincuenta años que separan a Esquilo de Eurípides, pasamos de una tragedia, que es casi una narración mítica puesta en boca de un personaje en escena, a otra en la que los personajes intentan ser dueños de sus propios destinos, mover los acontecimientos con la acción de su intelecto.

            Pero ese intento es vano, y en toda la tragedia lo inimaginable, lo impensable, aquello de lo que el intelecto no puede dar razón, nos asalta una y otra vez. Lo inesperado, lo innombrable, mueve la acción del ethostrágico. El elemento daimónico, la hybris, sigue moviendo a los personajes, sigue estando en el fondo oculto de la vida, haciendo que el carácter actúe. Puesta en marcha por su daimon, la hybris del personaje trágico señala que las causas de su actuación están más allá de lo que el pensamiento puede percibir y comprender. Las razones del mito escapan a las redes del logos; el lenguaje demuestra ser una red demasiado gruesa para aprehender las sutilezas que mueven el devenir. Lo trágico apunta hacia ese frustrado intento, en el que el pensamiento pretendió hacerse cargo de la vida.

            A partir de la muerte de la tragedia, se abre para el pensamiento occidental un abismo entre acción y reflexión. Ese abismo que separa el mythos y el logos. La cisura entre lo que hay y lo que pretende dar explicación de lo que hay. La muerte de la tragedia muestra la grieta que existe entre pensamiento y vida.


La filosofía o el relato de un desengaño

El pensamiento mítico ponía el acento en un mostrar y relatar “lo que hay”, en un representar el acontecer y el carácter de lo que actúa. El pensamiento mítico era un nus (de la acción noeo, “ver, observar, percibir”) abierto a percibir “lo que hay”. Poco importaba el grado de “realidad” o el valor de verdad del relato, ya que, para el pensamiento mítico -acaso mucho más cerca de la oculta fuente de la vida-, todo lo imaginable era posible. La palabra era un medio para expresar, para relatar lo que se había “visto”, lo que se había percibido. O lo que el pensamiento mítico “creía” percibir, que, para el caso, era lo mismo.

            Para el pensamiento mítico la acción no necesitaba ser explicada. Bastaba con “saber” ver que los destinos humanos están movidos por impulsos innombrables, que lo que acontece hunde sus raíces en lo que no se puede conocer. El mito “sabía” que el mundo hace de velo a sí mismo, y que no se puede conocer su oculto trasfondo porque, precisamente, “lo que hay” es lo que se ve. El pensamiento mítico parecía haber comprendido que nuestro efímero intelecto no puede atrapar la eternidad del devenir, y no se dejó insuflar vanas esperanzas de hallar explicación alguna a cuanto existe.

            La tragedia empezaría a poner nombres a algunas de las fuerzas que mueven el devenir. Después, con los conceptos en la mano, la filosofía acabaría por dar la vuelta a la escala de importancia de esos cuatro elementos que componen la tragedia -y cualquier relato-, colocando pensamiento y palabra en el lugar de preeminencia (el pincel y los colores con los que representar), y dejando en segundo plano el relato y los caracteres. Para la filosofía cualquier cosa que pudiese existir debía poder ser explicada por el pensamiento, y, por lo tanto, lo inexplicable sencillamente no podía existir.

            El pensamiento filosófico elevará el lenguaje y los conceptos a la categoría de verdad. Hará de las proposiciones del lenguaje la única explicación válida de lo que acontece. Encontrará las “leyes” de lo que hay en la pura y abstracta reflexión teórica, en el resultado de la sola acción del intelecto. Para ello, dejará de lado los relatos míticos, de los cuales ninguna verdad podía extraerse, y creará un entramado intelectual en el cual deberá caber cualquier acción que pueda existir. Dejará fuera lo imprevisto, por impensable, lo que no se ajuste a sus leyes, cerrando los ojos al misterio de lo que está oculto.

            Pero el hecho de que estemos ya instalados en este modelo de pensamiento filosófico no significa que se haya cerrado la grieta que mostraba la tragedia. Muy al contrario, la grieta que se abre entre pensamiento y vida se hace cada vez más palpable conforme se avanza por el camino de la filosofía. Porque ahora, la filosofía, además de mostrar el abismo que se abre entre mythos y logos, señala la imposibilidad de dar un paso atrás, de recuperar la “sabiduría” mítica.

            El pensamiento mítico mostró que del oculto flujo de la vida sólo se puede saber que no se puede saber nada; que el enigma del existir sería siempre una pregunta sin respuesta. La filosofía nace cuando se pretende que se pueden contestar todas las preguntas. Y en esa pretensión, poco a poco, empezará a preocuparse sólo por las respuestas.

            Antes de que hubiésemos dado este “paso adelante” en el pensar, lo enigmático no podía mostrarse como un abismo, ya que ni respuestas, ni explicaciones, ni verdades tenían aún valor alguno. No se habían inventado tales conceptos porque no se había planteado aún su necesidad. Mostrar lo inexplicable era acaso el principal sentido del relato mítico. Una vez instalados en nuestro modelo de pensamiento racional se mostrará el hueco que se abre cuando el pensamiento trata de “explicar” lo impensable.

            Entonces, al mirar atrás, se siente que se ha dejado algo en el camino, que se ha olvidado algo: acaso esa sabiduría añorada por Platón. Desde aquí podemos observar el mito como el lugar en el que se afirmaba la imposibilidad de comprender lo inefable; y seguiremos releyendo los mitos tratando de imaginar qué saber oculto se escondía en ellos.

            La grieta que se abre hoy entre mythos y logos es el abismo al que va a parar todo aquello que el pensamiento no puede aprehender. Cuando lo impensable se hace real, cuando lo posible supera a lo pensable -y nos deja sin asideros para explicarnos lo que nos pasa, para habitar cómodamente nuestro existir como humanos-, esa grieta muestra sus tintes trágicos. Lo trágico nos empuja al abismo que se abre entre pensamiento y vida. Lo trágico nos coloca ante esa incomodidad de habitar lo impensable. Lo trágico nos recuerda que “conocer es menos real que vivir”[25], que “conocer es perder algo del manantial de la vida” [26].

            Desde el pensamiento filosófico, la grieta que nos separa del mito señala también el momento en que el pensamiento empezó a perder la memoria de lo que sabía, en su afán por ir más allá. Ese momento en el que, empujado por su hybris, el pensamiento trató de descubrir el velo del mundo. Y, al levantar el velo, descubrió que tras él sólo se escondía el propio mundo.

            Transcurridos casi veinticinco siglos desde que nos instalamos en este nuevo modelo de pensamiento, la filosofía contemporánea parece empezar a entender, al fin, que tras el velo del mundo no existen “esencias” ni “ideas” ni “verdades”; que lo que hay no es más que el devenir de lo que existe. Ese sinsentido del enigma sin respuesta. Esa contradicción del pensamiento que consiste en ser capaz de plantearse preguntas a las que nunca podrá contestar. Y acaso, algún día, la filosofía logrará dar “otro paso más”, y empezará a comprender que lo que el pensamiento olvidó, aquella añorada sabiduría, tal vez no fuera más que un invento de filósofos. ¿Asumiremos entonces el desengaño de saber que la “sabiduría” no era más que otro engaño?



[1]  Poética, 49b 24-28.
[2] Op. cit., 49b 32-50a 7.
[3] Op. cit., 50b 17.
[4] Op. cit., 50b 19.
[5] Op. cit., 50 a 38.
[6] Op. cit., 49b 24-28.
[7] Op. cit., 50a 4.
[8] Op. cit., 49b 36.
[9] Op. cit., 50b 5-12.
[10] Op. cit., 50b 14.
[11] En Cantarella, R. I Cretesi, Istituto Editoriale Italiano, Milán, 1963.
[12] Véanse Plutarco, Vida de Teseo, 9,3 y 19, 4-7 y Apolodoro, Biblioteca mitológica, III, 1,3.
[13] Si tenemos en cuenta una de las “lecturas” de este mito, según la cual la muerte del Minotauro a manos de Teseo simbolizaría la destrucción del imperio cretense -y de la civilización minoica- a manos de los atenienses. Véase, Santarcangeli, P., Le livre des labyrinthes, Gallimard, París, 1976, págs. 183-245.
[14] Fragmento 4 de Los cretenses, en Cantarella, op. cit.
[15] Ibid.
[16] Heráclito, fragmento 119, en Estobeo, Antología, IV, 40, 23.
[17] Platón, Banquete 202e-203b.
[18] Platón, Critias 121.
[19] Platón, Timeo 24a-25d.
[20] Teognis, 151-152, en Rodríguez Adrados, F., Líricos griegos, Alma Mater, Barcelona, 1956.
[21] Véase, Cifuentes, D.,  “En el centro del laberinto: la hybris y el Minotauro”, Convivium, núm. 9 (1996), Barcelona, págs. 38-48.
[22] Mito y sociedad en la Grecia antigua, Siglo XXI, Madrid, 1994, pág. 188.
[23] Hasta este entramado de las acciones del intelecto, en el que unos personajes (ideas, conceptos o palabras -cada uno movido por su carácter, por su hybris-) van tejiendo ese relato de acontecimientos mentales al que llamamos filosofía -o, si se prefiere, simplemente pensamiento racional.
[24] Poética, 50b 2-3.
[25] Colli, G., Filosofía de la expresión, Siruela, Madrid, 1996, pág. 34.
[26] Op. cit., pág. 39.


jueves, 2 de mayo de 2013

Preguntas filosóficas y preguntas científicas


PREGUNTAS FILOSÓFICAS
Las preguntas filosóficas interrogan sobre el ser de las cosas, sobre el sentido del ser de las cosas: ¿Qué es?
La filosofía no se pregunta qué es lo que hace posible los hechos que acontecen en el Universo así como tampoco por los que acontecen en la historia de los hombres, sino que se pregunta por el sentido de esos hechos en el conjunto de esa totalidad a la que llamamos Universo o Historia.
La filosofía es la "disciplina" que se dedica al estudio de las preguntas o problemas fundamentales de la vida y, como disciplina aspira a ofrecer respuestas razonables y coherentes a estas preguntas para mejor comprendernos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea. Hacer filosofía requiere una especie de asombro permanente ante cosas que la gente común da por sentadas.
Los interrogantes filosóficos admiten varias respuestas sin que ninguna de ellas agote las posibilidades de sentido abiertas por la pregunta.
Lo que define a las preguntas filosóficas es que carecen de respuestas definitivas o, lo que es lo mismo, que tienen más de una, y todas parecen igualmente válidas, y quizá lo sean pues más importantes que las respuestas mismas son las razones que se dan para apoyarlas.
“(Una primera diferencia consiste en que) el filósofo y el investigador científico están «en camino» hacia la respuesta por ellos buscada de un modo principalmente distinto. El que se mete en la empresa de pensar la totalidad del mundo y la existencia, ha puesto pie en un camino que no recorrerá jamás hasta el fin en este mundo; permanecerá «en camino», la pregunta no será respondida definitivamente, la esperanza no será saciada. El físico, por el contrario, no recorre —en la medida en que se hace cargo de un problema propuesto— en absoluto un camino interminable. En un determinado momento lo ha recorrido, la pregunta ha quedado contestada. Es verdad que a continuación surgen nuevas preguntas, pero eso es ya otra historia. La «concepción científica del mundo» «no conoce ningún enigma irresoluble». Cuestiones cuya imposibilidad de respuesta es clara no son cuestiones científicas, inmediatamente se las abandona. Por el contrario, el filósofo diría a este respecto: justo en las cuestiones vitalmente planteadas se mantiene uno abierto ante el inagotable objeto; sólo así, por decirlo de algún modo, continúas rastreándolas. El filósofo añadirá también que la existencia histórica del hombre significa un permanente «estar en camino» y que posee una estructura preñada de esperanza, igual que el filosofar. Probablemente es este convencimiento de la imposibilidad de realizar la plenitud del hombre y de la sociedad humana dentro de la historia, uno de los, por así decirlo, presupuestos existendales para aceptar un concepto de filosofía que excluya la posibilidad de una respuesta definitiva a las cuestiones filosóficas”. Josef Pieper, Filosofar hoy o la situación de la filosofía en el mundo actual.
Las preguntas filosóficas permanecen siempre abiertas, cualquiera sea la respuesta que se les pueda dar. No hay como agotar su campo de sentido. Eso no significa que cualquier respuesta que le demos a una pregunta filosófica sea verdadera.
Las preguntas filosóficas apelan a la experiencia del mundo, de los otros, de las cosas y de nosotros mismos.
Las preguntas filosóficas siempre nos incluyen. Preguntar por el origen de todo cuanto existe es preguntar por mi origen. En la pregunta filosófica importa la relación que establece quien pregunta (siempre hay alguien que pregunta) con lo preguntado, el movimiento que lo impulsa o mueve a preguntar, lo que espera como respuesta. Aquí, en la filosofía, preguntar implica siempre preguntarse. Esto conlleva dos cuestiones: primero, que no es posible preguntar filosóficamente las preguntas de otro, si antes no las hice mías y, en segundo término, que no es posible preguntar filosóficamente si no me pregunto, si uno no está comprometido existencialmente con la interrogación.
La pregunta “¿Qué es la filosofía?” es una pregunta filosófica.
Las preguntas filosóficas no buscan nueva información sino la comprensión de la que ya tenemos.
“Todos los resultados de la ciencia tienen carácter inventivo, es decir, de descubrimiento de algo hasta entonces desconocido. Desde este aspecto del ideal científico tiene naturalmente que parecer una especie de «escándalo» el que la filosofía, de hecho, no solamente no satisfaga esta pretensión, sino que expresamente no la recabe para sí. En el filosofar se mira a algo principalmente diferente de la extensión de nuestro saber del mundo. Por supuesto, el que contempla de forma filosófica fenómenos como el de culpa, libertad o muerte, pretende una captación más profunda del tema. Pero, con todo, no se trata de que en un conocimiento más profundo y penetrante le venga a los ojos al filósofo algo simplemente todavía no sabido, algo completamente nuevo y desconocido. (…) Sucede en el filosofar más bien algo así como la manifestación de algo ya sabido; acontece aquella recuperación de algo olvidado a la que llamamos recuerdo. Incluso los grandes así llamados «descubrimientos» de la historia de la filosofía tienen en el fondo la estructura del re-conocer. Y naturalmente esto es una cosa poco impresionante considerada desde el punto de vista de las ciencias, que presentan cada día triunfalmente algo nuevo a la vista de los hombres... ante la vista y especialmente ante las manos.”. Josef Pieper, Filosofar hoy o la situación de la filosofía en el mundo actual.
PREGUNTAS CIENTÍFICAS
Las preguntas científicas indagan sobre el cómo de las cosas, sobre su constitución y sobre su funcionamiento: ¿Cómo están constituidas? ¿Cómo funcionan? ¿Cómo se produjo?
Las ciencias se preguntan por los hechos, ya sean naturales o histórico-sociales.
Las preguntas científicas suelen ser cerradas, esto es, generalmente no admiten más que una respuesta.
Las preguntas científicas dejan de ser preguntas cuando se encuentra su respuesta. Esto es, una vez que encontramos la respuesta nada nos mueve ya a encontrar otra respuesta, a no ser que nos demos cuenta que la respuesta estaba mal formulada.
Las preguntas científicas requieren de algún tipo de técnica que permita encontrar la respuesta.
Las preguntas científicas no nos incluyen. La respuesta a la pregunta científica por el origen del universo no nos incluye. El interrogante científico prescinde totalmente de quien formula la pregunta. Por ejemplo, la pregunta “¿Cómo se formó el Universo en el que habitamos?” prescinde totalmente de quien la formule y de quien la responda.
Las preguntas científicas buscan nueva información sobre la constitución de la realidad y su funcionamiento.
“Dado que este artículo está pensado para una audiencia predominantemente científica, comenzaré explicando algunas de las similitudes y diferencias entre la ciencia y la filosofía. No hay una división precisa entre una y otra. Ambas son, en principio, universales en lo referente a tu temática y buscan la verdad. Aunque no haya una clara línea divisoria hay importantes diferencias de método, estilo y presuposiciones. Los problemas filosóficos suelen poseer tres características relacionadas que los problemas científicos no poseen. En primer lugar, la filosofía se ocupa en gran parte de cuestiones para las que aún no se ha encontrado una forma satisfactoria y sistemática de resolverlas. En segundo lugar, las cuestiones filosóficas suelen componerse de lo que llamaré preguntas referidas a “marcos conceptuales”; es decir, se ocupan de grandes marcos de fenómenos en vez de preguntas específicas e individuales. Y en tercer lugar, las cuestiones filosóficas se refieren típicamente a problemas conceptuales; habitualmente son cuestiones acerca de nuestros conceptos y la relación entre nuestros conceptos y el mundo que representan.
Estas diferencias se aclararán si consideramos ejemplos concretos: La pregunta “¿Cuál es la causa del cáncer?" es una pregunta científica, no filosófica. La pregunta “¿Cuál es la naturaleza de la causalidad?” es una pregunta filosófica, no científica. De manera similar, la pregunta “¿Cuántos neurotransmisores existen?” es una pregunta científica y no una filosófica; pero la pregunta “¿Cuál es la relación entre la mente y el cuerpo?” es aún en gran medida, una pregunta filosófica. En cualquier caso, las preguntas filosóficas no son decidibles mediante la mera aplicación de métodos experimentales o matemáticos. Tratan acerca de grandes marcos conceptuales e involucran cuestiones conceptuales. Los grandes avances científicos contribuyen algunas veces tanto a la ciencia como a la filosofía, puesto que involucran cambios en los marcos conceptuales y la revisión de los conceptos. La teoría de la relatividad de Einstein es un ejemplo evidente del siglo XX”. John Searle, El futuro de la filosofía
CIENCIA
FILOSOFÍA
Saber sobre un objeto concreto
Saber sobre cualquier objeto
(qué es cualquier cosa -y qué soy yo- para que yo pueda convertirla en objeto de mi saber)
Saber de soluciones (busca soluciones para los problemas que encontramos en nuestra vida cotidiana en la relación con las cosas y procesos del mundo y de la historia)
Saber de problemas (busca problematizar la idea que nos hacemos en nuestra vida cotidiana de las cosas y de los acontecimientos del mundo natural y de la naturaleza)
Saber práctico
Saber teórico
Saber útil
Saber esencial
Un texto de Fernando Savater:
“Necesitamos hacer preguntas para saber cómo resolver nuestros problemas, o sea, cómo actuar para conseguir lo que queremos. En una palabra, hacemos –y nos hacemos– preguntas para aprender a vivir mejor. Quiero saber qué voy a comer, adónde puedo ir, cómo es el mundo, qué tengo que hacer para viajar en el menor tiempo posible a casa o a donde viven mis amigos, etcétera. Si tengo inquietudes científicas, me gustaría saber cómo hacer volar un avión o cómo curar el cáncer. De la respuesta a cada una de esas preguntas depende lo que haré después: si lo que quiero es ir a Nueva York y pregunto cómo puedo viajar hasta allí, será muy interesante enterarme de que en avión tardaré seis horas, en barco dos o tres días y a nado aproximadamente un año, si los tiburones no lo impiden. A partir de lo que aprendo con esas respuestas tan informativas, decidiré si prefiero comprarme un billete de avión o un traje de baño.
¿A quién tengo que hacer esas preguntas tan necesarias para conseguir lo que quiero y para actuar del modo más práctico posible? Pues deberé preguntar a quienes saben más que yo, a los expertos en cada uno de los temas que me interesan: a los geógrafos si se trata de geografía, a los médicos si es cuestión de salud, a los informáticos si no sé por qué se me bloquea el ordenador, a la agencia de viajes para organizar lo mejor posible mi paseo por Nueva York, etcétera. Afortunadamente, aunque uno ignore muchas cosas, estamos rodeados de sabios que pueden aclararnos la mayoría de nuestras dudas.
Lo importante es acertar con la persona a la que vamos a preguntar. Porque el carpintero no nos servirá de nada en cuestiones informáticas ni el mejor entrenador de fútbol sabrá quizá aclararnos cuál es la ruta más segura para escalar el Everest. De modo que la primera pregunta, anterior a cada una de las demás, es: ¿quién sabe más de esta cuestión que me interesa?, ¿dónde está el experto que puede darme la información útil que necesito? Y en cuanto lo tengamos localizado –sea en persona, en un libro, en Wikipedia o como fuere–, ¡vamos por él sin contemplaciones, hasta que suelte lo que quiero saber!
Método. Como normalmente pregunto para saber qué debo hacer, en cuanto conozco la respuesta me pongo manos a la obra y la pregunta en sí misma deja de interesarme. ¿A qué temperatura hierve el agua?, pregunto, porque resulta que quiero cocinarrme un huevo para desayunar. Cuando lo sé, pongo el microondas a esa temperatura y me olvido de lo demás. ¡Ah, y luego me como el huevo! Sólo quiero saber para actuar: cuando ya sé lo que debo hacer, tacho la pregunta y paso a otra cuestión urgente.
Pero… ¿y si de pronto se me ocurre una pregunta que no tiene nada que ver con lo que voy a comer, ni con mis viajes, ni con las prestaciones de mi automóvil, ni siquiera con la geografía, la física o las demás ciencias que conozco? Una pregunta con la que no puedo hacer nada y con la que no sé qué hacer… ¿entonces, qué?
Vamos con otro ejemplo, para entendernos un poco más. Supón que le preguntas a alguien qué hora es. Se lo preguntas a alguien que tiene un buen reloj, claro. Quieres saber la hora porque vas a tomar un tren o porque tienes que poner la tele cuando empiece tu programa favorito o porque has quedado con los amigos para ir a bailar, lo que prefieras. El dueño del reloj estudia el cacharro que lleva en su muñeca y te responde: “Las seis menos cuarto”. Bueno, pues ya está: el asunto de la hora deja de preocuparte, queda cancelado.
Ahora lo que te importa es si debes apresurarte para no llegar tarde a tu cita, al partido o al tren. O si aún es pronto y puedes echarte otra partidita de play station… Pero imagínate que en lugar de preguntar “¿qué hora es?” se te ocurre la pregunta “¿qué es el tiempo?”. Ay, caramba, ahora sí que empiezan las dificultades.
Porque, para empezar, sea el tiempo lo que sea vas a seguir viviendo igual: no saldrás más temprano ni más tarde para ver a los amigos o para tomar el tren. La pregunta por el tiempo no tiene nada que ver con lo que vas a hacer sino más bien con lo que tú eres. El tiempo es algo que te pasa a ti, algo que forma parte de tu vida: quieres saber qué es el tiempo porque pretendes conocerte mejor, porque te interesa saber de qué va todo este asunto –la vida– en el que resulta que estás metido. Preguntar “¿qué es el tiempo?” es algo parecido a preguntar “¿cómo soy yo?”. No es una cuestión nada fácil de responder…
Segunda complicación: si quieres saber qué es el tiempo… ¿a quién se lo preguntas?, ¿a un relojero?, ¿a un fabricante de calendarios? La verdad es que no hay especialistas en el tiempo, no hay “tiempólogos”. A lo mejor un científico te habla de la teoría de la relatividad y del tiempo en el espacio interplanetario; un antropólogo puede explicarte las diferentes formas de medir el paso del tiempo que han inventado las sociedades; y un poeta te cantará en verso la nostalgia del tiempo que se fue y de lo que se llevó con él… Pero tú no te conformas con ninguna de esas opiniones parciales porque lo que te gustaría saber es lo que el tiempo realmente es, sea en el espacio interplanetario, en la historia o en tu biografía. ¿De qué va el tiempo… y por qué se va? No hay expertos en este tema, pero en cambio la cuestión puede interesarle a cualquiera como tú, es decir, a cualquier otro ser humano. De modo que no hace falta que te empeñes en encontrar a un sabio para que te resuelva tus dudas: mejor será que hables con los demás, con tus semejantes, con otros preocupados como tú. A ver si entre todos encontráis alguna respuesta válida.
Te señalo otra característica sorprendente de esta interrogación que te has hecho (a estas alturas, a lo mejor ya te has arrepentido de ello, caramba). A diferencia de las demás preguntas, las que dejan de interesarte en cuanto te las contesta el que sabe del asunto, en este caso la cuestión del tiempo te intriga más cuanto más intentan respondértela unos y otros. Las diversas contestaciones aumentan cada vez más tu curiosidad por el tema en lugar de liquidarla: se te despiertan las ganas de preguntar más y más, no de renunciar a preguntar.
Y no creas que se trata sólo de la pregunta por el tiempo; si quieres saber qué es la libertad, o la muerte, o el Universo, o la verdad, o la naturaleza o… algunas otras grandes cosas así, te ocurrirá lo mismo. Como verás, no son ni mucho menos temas “raros”: ¿acaso es una cosa extravagante o insólita la muerte o la libertad? Pero tampoco son preguntas corrientes, o sea que no son prácticasni científicas: son preguntas filosóficas. Llamamos “filosofía” al esfuerzo por contestar esas preguntas y por seguir preguntando después, a partir de las respuestas que has recibido o que has encontrado tú mismo. Porque una característica de ponerse en plan filosófico es no conformarse fácilmente con la primera explicación que tienes de un asunto, ni con la segunda, ni siquiera con la tercera o la cuarta.
Falsos sabios. Encontrarás gente que para todas estas preguntas te va a prometer una respuesta definitiva y total, ya verás. Ellos saben la verdad buena y garantizada sobre cada duda que tengas porque se la contó una noche al oído Dios, o quizá un mago tipo Gandalf o Dumbledore, o un extraterrestre de lo más alucinante con ganas de hacer favores. Los conocerás enseguida porque te dirán que no preguntes más, que no te empeñes en pensar por tu cuenta, que tengas fe ciega y que aceptes lo que ellos te enseñan. Te dirán –los muy… en fin, prefiero callarme– que no debes ser orgulloso, sino dócil ante los misterios del Universo. Y sobre todo que tienes que creerte sus explicaciones y sus cuentos a pies juntillas, aunque no logren darte razones para aceptarlos. Las cosas son así y punto, amén. Incluso algunos intentarán convencerte de que lo suyo es también filosofía: ¡mentira! Ningún filósofo auténtico te exigirá que creas lo que no entiendes o lo que él no puede explicarte. Voy a contarte un ejemplo que muchos me juran que sucedió de verdad, aunque como yo no estaba allí, no puedo asegurártelo.
Resulta que, hace unos pocos años, se presentó en una pequeña ciudad inglesa un gran sabio hindú que iba a dar una conferencia pública nada menos que sobre el Universo. ¡El Universo, agárrate para no caerte! Naturalmente, acudió mucho público curioso. La tarde de la conferencia, la sala estaba llena de gente y no cabía ni una mosca (bueno, una mosca sí que había, pero quiso entrar otra y ya no pudo).
Por fin llegó el gurú, una especie de faquir de lujo que llevaba un turbante con pluma y todo, túnica de colorines, etcétera (una advertencia: desconfía de todos los que se ponen uniformes raros para tratar con la gente: medallas, gorros, capas y lo demás; casi siempre lo único que pretenden es impresionarte para que les obedezcas).
El supuesto sabio comenzó su discurso en tono retumbante y misterioso: “¿Queréis saber dónde está el Universo? El Universo está apoyado sobre el lomo de un gigantesco elefante y ese elefante pone sus patas sobre el caparazón de una inmensa tortuga”. Se oyeron exclamaciones entre el público –“¡Ah! ¡Oh!”– y un viejecito despistado exclamó piadosamente: “¡Alabado sea el Señor!”. Pero entonces una señora gordita y con gafas, sentada en la segunda fila, preguntó tranquilamente: “Bueno, pero… ¿dónde está la tortuga?”.
El faquir dibujó un pase mágico con las manos, como si quisiera hacer desaparecer del Universo a la preguntona, y contestó, con voz cavernosa: “La tortuga está subida en la espalda de una araña colosal”. Hubo gente del público que sintió un escalofrío, imaginando a semejante bicho. Sin embargo, la señora gordita no pareció demasiado impresionada y volvió a levantar la mano para preguntar otra vez: “Ya, claro, pero naturalmente me gustaría saber dónde está esa araña”.
El hindú se puso de color rojo subido y soltó un resoplido como de olla exprés: “Mi muy querida y… ¡ejem!... curiosilla amiga, je, je –intentó poner una voz meliflua pero le salió un gallo–, puedo asegurarle que la araña está encaramada en una gigantesca roca”. Ante esa noticia, la señora pareció animarse todavía más: “¡Estupendo! Y ahora sólo nos falta saber dónde está la roca de marras”. Desesperado, el faquir berreó: “¡Señora mía, puedo asegurarle que hay piedras ya hasta abajo”. Abucheo general para el farsante.
¿Era un filósofo de verdad ese sabio tunante con turbante? ¡Claro que no! La auténtica filósofa era la señora preguntona, que no se contentaba con las explicaciones que se quedan a medio camino, colgadas del aire. Hizo bien en preguntar y preguntar, hasta dejar claro que el faquir sólo trataba de impresionar a los otros con palabrería falsamente misteriosa que ocultaba su ignorancia y se aprovechaba de la de los demás. Te aseguro que hay muchos así y casi todos se las dan de santones y de adivinos profundísimos: ¡Ojalá nunca falten las señoras preguntonas y filósofas que sepan ponerles en ridículo!
Ayudar a pensar. La filosofía es una forma de buscar verdades y denunciar errores o falsedades que tiene ya más de dos mil quinientos años de historia. Cada uno de los filósofos pensó sobre asuntos que también te interesan a ti, porque la filosofía se ocupa de lo que inquieta a todos los seres humanos. Pero ellos pensaron según la realidad en que vivieron, que no es igual a la tuya: o sea, las preguntas siguen vigentes en su mayor parte (¿qué es la verdad, la muerte, la libertad, el poder, la naturaleza, el tiempo, la belleza, etcétera), aunque no conocieron, ni siquiera imaginaron la bomba atómica, los teléfonos móviles, internet ni los videojuegos. ¿Qué significa esto? Pues que pueden ayudarte a pensar pero no pueden pensar en tu lugar: han recorrido parte del camino y gracias a ellos ya no tienes que empezar desde cero, pero tu vida humana en el mundo en que te ha tocado vivirla tienes que pensarla tú… y nadie más.
Esto es lo más importante, para empezar y también para acabar: nadie piensa completamente solo porque todos recibimos ayuda de los demás humanos, de quienes vivieron antes y de quienes viven ahora con nosotros… pero recuerda que nadie puede pensar en tu lugar ni exigir que te creas a pies juntillas lo que dice y que renuncies a pensar tú mismo”.