viernes, 8 de noviembre de 2013

Anaximandro y la nueva imagen del mundo

CAPÍTULO VIII
LA NUEVA IMAGEN DEL MUNDO

Vernant, Jean-Pierre. Los orígenes del pensamiento griego. Trad. Mariana Ayerva. Barcelona, Paidós, 1992, pp. 133-145.

Si se quiere medir la amplitud de la solución intelectual realizada por los milesios, el análisis debe fundarse, esencialmente, en la obra de Anaximandro. La doxografía nos da de ella una visión más completa, o menos sumaria, que de las teorías de Tales y de Anaxímenes. Además, y sobre todo, Anaximandro no introduce en su vocabulario un término de la importancia de arkhé; al preferir la redacción en prosa, consuma la ruptura con el estilo poético de las teogonías e inaugura el nuevo género literario propio de la historía peri physeõs. Es en él, finalmente, donde se encuentra expresado con mayor rigor el nuevo esquema cosmológico que caracteriza profunda y duraderamente la concepción griega del universo.
Ese esquema continua siendo genético. Como la physis, como la génesis, la arkhé conserva su valor temporal: el origen, el cornienzo. Los físicos investigan de dónde y por qué camino ha llegado a ser el mundo. Pero esta reconstrucción genética explica la formación de un orden que se encuentra ya proyectado en un cuadro espacial. En esto es preciso poner de relieve una cuestión importante. La deuda de los milesios para con la astronomía babilónica es indiscutible: han tomado de ella las observaciones y los métodos que, según la leyenda, habrían permitido a Tales predecir un eclipse; le deben también instrumentos como el gnõmõn, que Anaximandro habría llevado a Esparta. La reanudación de los contactos con Oriente resulta también esta vez de una importancia decisiva para el nacimiento de una ciencia griega en la que las preocupaciones de orden astronómico han desempeñado al principio un papel muy importante. Y sin embargo, por su aspecto geométrico, no ya aritmético, por su carácter profano, libre de toda religión astral, la astronomía griega se sitúa desde el primer momento en otro plano que la ciencia babilónica en la cual se inspira. Los jonios ubican en el espacio el orden del cosmos; representan la organización del universo, las posiciones, las distancias, las dimensiones y los movimientos de los astros, según esquemas geométricos. Al igual que dibujan sobre una carta, sobre un pínax, el plano de la tierra entera, colocando ante los ojos de todos la figura del mundo habitado, con sus países, sus mares y sus ríos, así también construyen modelos mecánicos del universo, como aquella esfera que Anaximandro, según algunos, habría fabricado. Haciendo «ver» el cosmos de este modo, hacen de el, en el pleno sentido de la palabra, una theoría, un espectáculo.
Esta geometrización del universo físico implica un cambio total de las perspectivas cosmológicas; consagra el advenimiento de una forma de pensamiento y de un sistema de explicación que no tienen análogos en el mito. Para poner un ejemplo, Anaximandro localiza la tierra, inmóvil, en el centro del universo. Agrega que si ella está en reposo en ese lugar, sin necesidad de soporte alguno, es porque está a igual distancia de todos los puntos de la circunferencia celeste y no tiene razón para ir hacia arriba más bien que hacia abajo, ni a un lado más que al otro. Anaximandro situa, pues, el cosmos en un espacio matematizado constituido por relaciones puramente geometricas. Así queda obliterada la imagen mitica de un mundo en planos, en que lo alto y lo bajo, en su oposición abs0luta, marcan niveles cósmicos que diferencian las potencias divinas y en que las direcciones del espacio tienen significaciones religiosas opuestas. Además, todas las explicaciones por las cuales el mito pretendía justificar la estabilidad de la tierra, «asiento seguro para todos los vivientes» (Hesiodo), se revelan inútiles e irrisorias: la tierra no tiene ya necesidad de «soporte», de «raíces», no tiene tampoco por que flotar, como en Tales, sobre un elemento líquido del que habría surgido, ni por que repoSar sobre un torbellino 0, como en Anaxímenes, sobre un almohadón aéreo. Todo está dicho, todo está claro, tan pronto se expone el esquema espacial. Para comprender por qué los hombres pueden andar con toda seguridad sobre el suelo, por qué no cae la tierra como lo hacen los objetos en la superficie, basta saber que todos los radios de un círculo son iguales.
Su estructura geométrica confiere al cosmos una organizacion de tipo contrario a aquel que el mito le atribuía. Ningún elemento o porción del mundo es ya privilegiado a expensas de los demás, ningún poder físico está situado en la posición predominante de un basileus que ejerza su dynasteia sobre todas las cosas. Si la tierra está situada en el centro de un universo, perfectamente circular, puede permanecer inmovil en razón de su igualdad de distancia sin estar sometida a ninguna dominación: upo mhdenV cpatoumeuh. Esta fórmula de Anaximandro, que hace invertir la noción del Kratos, del poder de dominacion sobre otros, muestra la persistencia de un vocabulario y de conceptos políticos en el pensamiento cosmológico de los jonios. Pero como lo destaca muy justamente Charles H. Kahn en un estudio reciente, Anaximandro sostiene en este terreno una tesis que va mucho más lejos de la que expone después de el su discípulo Anaxímenes. Para este último, la tierra necesita descansar en el aire que la domina (synkratéi) como el alma domina al cuerpo. Para Anaximandro, por el contrario, ningún elemento singular, ninguna porción del mundo, podría dominar a las demás. Es la igualdad y la simetría de los distintos poderes que constituyen el kosmos lo que caracteriza el nuevo orden de la naturaleza. La supremacía pertenece exclusivamente a una ley de equilibrio y de reciprocidad constante. Ala monarkhía la ha sustituido, en la naturaleza lo mismo que en la ciudad, un régimen de isonomía.
De ahí la negativa a atribuir al agua, como Tales, al aire, como Anaxímenes, o a cualquier otro elemento particular, la dignidad de arkhé. La sustancia primera, «infinita, inmortal y divina, que envuelve y gobierna» todas las cosas, la concibe Anaximandro como una realidad aparte, distinta de todos los elementos, que forma el origen común de todos ellos, la fuente inagotable en que todos se alimentan por igual. Aristóteles nos da la razón de esto: si uno de los elementos poseyese la infinitud que pertenece al áperion, los demás serían destruidos por él; en efecto, los elementos se defieren por su oposición reciproca; es necesario que se encuentren siempre los unos con los otros en una relación de igualdad (isázei aeí tanantía) 0, como lo dirá Aristóteles en otra parte, en igualdad de poder (isotés tes dynámeos). No hay razón para poner en duda la pertinencia del razonamiento de Aristóteles y rechazar la interpretación que propone del pensamiento de Anaximandro. Nótese que la argumentación aristotélica implica un cambio radical en las relaciones del poder y del orden. La basíleia, la monarkhía, que en el mito fundaban el orden y lo sostenían, aparecen en la perspectiva nueva de Anaximandro como destructoras del orden. El orden no es ya jerárquico; consiste en la conservación de un equilibrio entre potencias iguales, sin que ninguna de ellas deba obtener sobre las demás una dominación definitiva que acarrearía la ruina del cosmos. Si el ápeiron posee la arkhé y gobierna todo lo demás, es precisamente porque su reinado excluye la posibilidad, para un elemento cualquiera, de apoderarse de la dynasteia. El primado del ápeiron garantiza la persistencia de un orden igualitario fundado en la reciprocidad de las relaciones y que, superior a todos los elementos, les impone una ley común.
Por lo demás, este equilibrio de poderes dista mucho de ser estático; oculta oposiciones, es el resultado de conflictos. Por riguroso turno, cada potencia, sucesivamente, domina, adueñándose del poder y luego retrocede, para cederlo en la proporción en que antes había avanzado. En el universo, en la sucesión de las estaciones, en el cuerpo del hombre, un ciclo regular hace pasar así la supremacía de uno en otro, ligando, como dos términos simétricos y reversibles, la dominación y la sumisión, la extensión y la retracción, la fuerza y la debilidad, el nacimiento y la muerte de todos los elementos: esos elementos que, para Anaximandro «según el orden del tiempo, se dan mutuamente reparación (tisis) y justicia (diké) por la adikía que han cometido».
Constituido por dynameis opuestas e incesantemente en conflicto, el mundo las somete a una regla de justicia compensatoria, a un orden que mantiene en ellas una exacta isotés. Bajo el yugo de esta diké igual para todos, las potencias elementales se asocian, se coordinan, en una fluctuación regular, a fin de componer, a pesar de su multiplicidad y su diversidad, un cosmos único.
Esta nueva imagen del mundo la ha expuesto Anaximandro con suficiente rigor para que se imponga como una especie de lugar común al conjunto de los filósofos presocráticos así como al pensamiento médico. A comienzos del siglo v, Alcmeón la formulará en términos que acusan tan clara- mente su origen político, que no parece necesario insistir más en ello, sobre todo después de los artículos que ha consagrado A. G. Vlastos a este problema. En efecto, Alcmeón define la salud como la isonomía ton dynámeon, como el equilibrio de los poderes, lo húmedo y lo seco, lo frío y lo caliente, lo amargo y lo dulce, etc.; la enfermedad resulta, por el contrario, de la monarkhía de un elemento sobre los otros, pues la dominación exclusiva de un elemento particular es destructiva.
Pero la experiencia social no ha suministrado solamente al pensamiento cosmológico el modelo de una ley y de un orden igualitarios en lugar de la dominación omnipotente del monarca. El régimen de la ciudad nos ha parecido solidario de una concepción nueva del espacio, al proyectarse y encarnarse las instituciones de la polis en lo que podríamos denominar un espacio político. Nótese a este respecto que los primeros urbanistas, como Hippodamos de Mileto, fueron en realidad teóricos políticos: la organización del espacio urbano no fue más que un aspecto del esfuerzo más general para ordenar y racionalizar el mundo humano. El nexo entre el espacio de la ciudad y sus instituciones aparece todavía muy claramente en Platón yen Aristóteles.
El nuevo espacio social está centrado. El kratos, la arkhé, la dynasteia, ya no están situados en la cúspide de la escala social, sino que están depositados es meson, en el centro, en medio del grupo humano. Es ese centro lo que ahora se valoriza; la salvación de la polis reposa sobre aquellos a quienes se denomina oi mesoi, porque, hallándose a igual distancia de los extremos, constituyen un punto fijo para equilibrar la ciudad. En relación con ese centro, los individuos y los grupos ocupan todos posiciones simétricas. El ágora, que realiza sobre el terreno ese ordenamiento espacial, constituye el centro de un espacio público y común. Todos cuantos penetran en el se definen, por ello mismo, como iguales, como isoi. En virtud de su presencia en ese espacio político, entran los unos con los otros en relaciones de reciprocidad perfecta. La institución de la Hestía koiné, de la mesa pública, es símbolo de esa comunidad política: instalada en el Pritaneo, en general en el ágora, la mesa pública, es símbolo de esas relaciones con las múltiples mesas domesticas, a igual distancia de las distintas familias que constituyen la ciudad; tiene que representarlas a todas, sin identificarse con una de ellas más que con otras. Espacio centrado, espacio común y público, igualitario y simétrico, pero también espacio laicizado, constituido para la oposición, el debate, la argumentación, y que se opone al espacio religiosamente calificado de la Acrópolis así como al dominio de los hosia, de los asuntos profanos de la ciudad humana se opone el de los hiera, el de los intereses sagrados que conciernen a los dioses.
Que este nuevo cuadro espacial haya favorecido la orientación geométrica que caracteriza la astronomía griega; que haya una profunda analogía de estructura entre el espacio institucional en el cual se expresa el kosmos humano y el espacio físico en el cual los milesios proyectan el kosmos natural, es lo que sugiere el cotejo de algunos textos.
Según la doxografía, si para Anaximandro la Tierra puede permanecer inmóvil y fija, es en razón de su situación central (perí meson, mese), de la homoiotes, la similitud, y del equilibrio, la isorropía. Encontrándose de este modo en el centro, no está, agrega Anaximandro, dominada (kratoumene) por nada. El nexo, tan paradójico para nosotros, que establece Anaximandro entre la falta de «dominación», la centralidad, la similitud, autoriza la comparación con un texto político de Herodoto en el que volvemos a encontrar el mismo vocabulario y la misma solidaridad conceptual. Herodoto refiere que a la muerte del tirano Policrates, Meandro, designado por el difunto para tomar después de él el skeptron, convoca a asamblea a todos los ciudadanos y les comunica su decisión de abolir la tiranía, y les dice, en síntesis, lo siguiente: «Policrates no tenía mi aprobación cuando reinaba como déspota sobre hombres que eran semejantes a el (despozon andron homoion eauto)... Por mi parte, depongo la arcké es meson, en el centro, y proclamo para vosotros la isonomía».
El cotejo parecerá tanto más significativo cuanto que, entre los milesios mismos, la concepción de un espacio físico simétricamente organizado alrededor de un centro reproduce ciertas representaciones de orden social. Según Agatémeros, Anaximando de Mileto, discípulo de Tales, fue el primero que dibujo la Tierra habitada sobre un pínax, como había de hacerlo después de el, en forma más precisa, Hecateo de Mileto. El autor agrega: Los antiguos imaginaban redonda la Tierra habitada, con Grecia en el centro y Delfos en el centro de Grecia. Sabido es que esta concepción había de provocar la ironía de Heródoto: «Me sonrío -escribe- cuando veo los mapas de la Tierra que muchos dibujaron en el pasa- do y que nadie ha explicado sensatamente. Dibujan el océano fluyendo en derredor de la Tierra y a esta redonda, como trazada a compás, y hacen a Asia igual a Europa». En otro pasaje, Heródoto nos revela el trasfondo institucional y poli- tico de esta geometrización, a sus ojos demasiado forzada, del espacio físico: después del desastre que han sufrido, todos los jonios se hallan reunidos en asamblea en el Panjonio. Bías de Priene, uno de los Sabios, aconseja construir ante todo una flota común para llegar a Cerdeña, y fundar allí una ciudad única panjónica. Tales de Mileto habla a continuación. Propone que se tenga una asamblea única (en Bouleutherion) y se fije su sede en Teos, porque esta isla está en el centro de la Jonia (meson Ioníes); las otras ciudades seguirán siendo habitadas, pero se encontrarán en adelante en la situación de demos periféricos integrados en una única polis.
Por lo demás, tenemos una prueba de las interferencias que pudieron producirse entre los valores políticos, geométricos y físicos del centro concebido como el punto fijo alrededor del cual se ordena, en la sociedad yen la naturaleza, un espacio igualitario constituido por relaciones simétricas y reversibles. Hestía, símbolo en el ágora del nuevo orden humano, podrá representar en Filolao el fuego cósmico central y, en otros filósofos, la Tierra que está inmóvil en medio del universo físico.
Platón se muestra plenamente consciente, todavía en el siglo IV, de estas correspondencias entre la estructura del cosmos natural y la organización del cosmos social. El filósofo, que hizo inscribir en el umbral de la Academia: «nadie entre aquí si no sabe geometría», da testimonio de los vínculos que un mismo origen y una orientación común han establecido y conservado durante mucho tiempo, entre los griegos, entre pensamiento geométrico y pensamiento político. Fustigando, en el Gorgias, en la persona de Calicles y por boca de Sócrates, a todos aquellos que rehúsan estudiar la geometría, Platón asocia estrechamente el conocimiento de la isotes, de la igualdad geométrica, fundamento del cosmos físico, a las virtudes políticas sobre las cuales reposa el nuevo orden de la ciudad: la dikaiosyne y la sophrosyne. «Según aseguran los doctos, Calicles, el cielo y la tierra, los dioses y los hombres están vinculados entre si en una comunidad (koinonía) hecha de amistad (philía), de ordenamiento (kosmiotes), de moderación (sophrosyne), de justicia (dikaiotes)... pero tu no haces caso de ello y, aunque lo sabes todo, olvidas que la igualdad geométrica (geometrike isotes) es omnipotente entre los dioses y entre los hombres. Por eso desdeñas la geometría.»


CONCLUSIÓN

Advenimiento de la polis, nacimiento de la filosofía: entre ambos órdenes de fenómenos los vínculos son demasiado estrechos como para que el pensamiento racional no aparezca, en sus orígenes, solidario con las estructuras sociales y mentales propias de la ciudad griega. Así localizada de nuevo en la historia, la filosofía se despoja del carácter de revelación absoluta que a veces se le ha prestado, saludando en la joven ciencia de los jonios a la razón intemporal que vino a encarnarse en el tiempo. La escuela de Mileto no vio nacer la razón; ella construyo una razón, una primera forma de racionalidad. Aquella razón griega no fue la razón experimental de la ciencia de nuestros días, orientada hacia la explotación del medio físico y cuyos métodos, cuyas herramientas intelectuales y cuyos cuadros mentales han sido elaborados en el curso de los últimos siglos, en el esfuerzo laboriosamente proseguido a fin de conocer y dominar la naturaleza. Cuando Aristóteles define al hombre como un «animal político», subraya lo que separa la razón griega de la razón de nuestros días. Si el homo sapiens es a sus ojos un homo politicus, es porque la razón misma, en su esencia, es política. De hecho, es en el plano político donde la razón, en Grecia, se ha expresado, constituido y formado primeramente. La experiencia social ha podido llegar a ser entre los griegos el objeto de una reflexión positiva porque se prestaba en la ciudad a un debate público de argumentos. La declinación del mito data del día en que los primeros Sabios pusieron en discusión el orden humano, trataron de definirlo en si mismo, de traducirlo a fórmulas accesible a la inteligencia y de aplicarle la norma del numero y de la medida. Así nació y se definió un pensamiento propiamente político, exterior a la religión, con su vocabulario, sus conceptos, sus principios y sus visiones teóricas. Este pensamiento marcó profundamente la mentalidad del hombre antiguo; caracteriza una civilización que no ha dejado, mientras vivió, de considerar la vida pública como el coronamiento de la actividad humana. Para el griego, el hombre no se separa del ciudadano; la phronesis, la reflexión, es el privilegio de los hombres libres, que ejercen correlativamente su razón y sus derechos cívicos. De este modo, al suministrar a los ciudadanos el cuadro dentro del cual concebían sus relaciones reciprocas, el pensamiento político orientó y determinó simultáneamente los progresos de su espíritu en otros dominios.

Cuando nace en Mileto, la filosofía está enraizada en aquel pensamiento político cuyas preocupaciones fundamentales traduce y del cual adopta todavía una parte del vocabulario. Es verdad que relativamente pronto se afirma con mayor independencia. Desde Parménides ha encontrado su camino propio; explora un nuevo dominio, plantea problemas que sólo a ella pertenecen. Los filósofos no se preguntan ya, como lo hacían los milesios, que es el orden, cómo se ha formado, cómo se mantiene, sino cuál es la naturaleza del Ser y la del Saber y cuáles son sus relaciones. Los griegos agregan así una nueva dimensión a la historia del pensamiento humano. Para resolver las dificultades teóricas, las «aporías», que el progreso mismo de sus avances iba suscitando, la filosofía tuvo que formarse poco a poco un lenguaje, elaborar sus conceptos, edificar una lógica y construir su propia racionalidad. Pero en esta tarea no fue mucho lo que se aproximo a la realidad física; fue poco lo que tomo de la observación de los fenómenos naturales; no hizo experiencia. La noción misma de experimentación le fue siempre extraña. Edifico una matemática sin tratar de utilizarla en la exploración de la naturaleza. Entre la matemática y la física, entre el cálculo y la experiencia, falto aquella conexión que nos pareció unir en los comienzos la geometría y la política. Para el pensamiento griego, si el mundo social debe estar sometido a número y medida, la naturaleza representa más bien el dominio del «aproximadamente», al cual no se aplican el cálculo exacto ni el razonamiento riguroso. La razón griega no se ha formado tanto en el comercio humano con las cosas, cuanto en las relaciones de los hombres entre si. Se ha desarrollado menos a través de las técnicas que operan sobre el mundo, que por aquellas que actúan sobre los demás y cuyo argumento común es el lenguaje: el arte del político, del orador, del profesor. La razón griega es la que en forma positiva, reflexiva y metódica, permite actuar sobre los hombres, no transformar la naturaleza. Dentro de sus límites, como en sus innovaciones, es hija de la ciudad. 

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